Ella hablaba de los negocios y de la vida.
Quería control.
Todo controlado.
Todo bajo su control.
Quería saber que iba a pasar con los clientes.
Quería saber cómo sería su fin de semana.
Cada tarde.
Cada día, en cada hora.
Tenía un planning para todo.
Si un fin de semana iba a la playa, anotaba hora de vuelta a casa y posible llegada.
Si tenía una reunión con un cliente, establecía previamente minutos y SEGUNDOS.
Si no era así, se angustiaba la chiquilla.
Mucha angustia y mucho estrés es lo que siente esta criatura.
Y, en base a eso, así montaba la vida y su negocio.
Nada más de pensarlo el que se estresa soy yo.
Todo controlado.
Y, lo peor, es que estaba dando una clase y la gente escuchando.
Ella era el ejemplo.
Cómo si todo se pudiera controlar.
Cómo si el gilipollas que se pasa el paso de peatones lo pudieras controlar.
Cómo si al político trincón se le pudiera controlar.
Cómo si la diarrea que le entra al cliente con el que has quedado se pudiera controlar.
Cómo si el paso del tiempo se pudiera controlar.
Mira, una cosa es controlar tu negocio, tener una vida más o menos planificada y otra cosa, es querer controlarlo todo.
No dejar margen a la vida a que te muestre lo maravillosa que puede ser.
Te cuento esto, porque el domingo tienes una nueva Carta para Martina y te voy a contar una historia donde verás lo maravillosa que puede ser la naturaleza, lo imprevisible de la vida y de que lo más inteligente que puedes hacer para ser feliz, es intentar no controlarlo todo.
El domingo repito.
Por si todavía no estas dentro.
9€/mes y cada domingo recibes una carta con una historia y una lección práctica.
Aquí:
Un abrazo
Luis