Hace unos días tuve un regalo. Regalo que no me merecía porque no me porto tan bien.
El caso, es que fuimos a un hotel y cenando, mi hija dijo:
Ahí, está “cara ardilla”
Cuando miré, no pude aguantar la risa.
Y, cómo buen padre, le reñí.
Aunque reconozco que mientras le reñía, yo tenía una leve sonrisa, porque el hombre tendría un flemón o algo así y, además, los dientes incisivos (paletas) bastante grandes.
“Martina, no podemos poner motes a la gente, que eso no está bien”
“Martina, el señor, tiene que tener una muela mal y por eso tiene el cachete hinchado”
Creí que ahí quedaba la cosa, pero ella me replico:
“No, papa, lo que le pasa es que “cara ardilla” tiene una bellota en la boca”
“Las ardillas comen bellotas y él es “cara ardilla y seguro que debajo de la almohada tienes muchas nueces y bellotas para el invierno”
Mi hija, no dijo en modo serio, ni mucho menos, lo decía riéndose la muy cabrona.
Cuando vi pasar al camarero a lo lejos, no pude aguantar la risa.
Si Martina ha salido así, es que igual lo de cabrona lo ha sacado del padre.
¿Por qué te cuento esto?
Pues no lo sé la verdad.
Bueno si, te lo cuento, porque la vida es cómo los niños, te sorprende y no la puedes atar, ni controlar.
La vida surge, fluye, para, acelera, pero siempre vibra, siempre te da cosas.
Improvisa.
Y, la historia que cuento el domingo va de eso.
De la naturaleza.
De la vida
De Cazorla.
De un porro.
De la sensación de tenerla pequeña.
De una carcajada.
De sexo.
De lo que piensan los hombres.
De dejarte llevar.
De ser feliz observando.
De truenos.
De estrellas.
De eso va la historia y la lección de Cartas para Martina.
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Una historia, una lección y una práctica a la semana, para que todo te importe un carajo y tengas una vida más sencilla.
Un abrazo
Luis